martes, 17 de marzo de 2020

Un día lo tienes todo...

Un día lo tienes todo, aunque no lo valoras, pero no lo valoras no porque no lo quieras, sino porque es lo normal, lo rutinario.
No valoras el ir a hacer una visita a tus padres, sentarte en la mesa con ellos a comer, charlar, reírte y despedirte con un abrazo y un beso.
No valoras el chinchar a tu hermana pequeña, el compartir risas y confidencias.
No valoras el ver a tu hijo jugar con sus abuelos y tíos, ver cómo les da besos y abrazos.
No valoras el compartir un embarazo al lado de la familia, el que te vean cómo te va creciendo la tripa cada día, que sientan las patadas de tu bebé.
No valoras el abrazo de tu abuelo o tu abuela, pues les volverás a ver dentro de poco.

Un día tienes todo planificado, cómo será su habitación, cuando iremos a comprar la ropita que falta, buscar las sábanas para la cuna o los productos de higiene para sus primeros baños.
Un día tienes todas las ecografías marcadas en rojo en el calendario, las analíticas y las citas con la matrona.
Sabes dónde nacerá tu bebé, tienes tu plan de parto y una seguridad.
Un día, las risas de tu hijo en el parque se convierten en lo normal, te ríes tú también con él y sonríes, pero lo tienes normalizado.
Los paseos mientras te va diciendo que es cada cosa, es la rutina.
Correr tras él en el parque, darle impulso en los columpios, jugar en el tobogán es algo del día a día.
Cosas tan simples como darle un abrazo y un beso a tu pareja cuando llega del trabajo, quedar con los amigos o ir a hacer la compra, entra dentro de nuestra normalidad.
Pero un día te despiertas y todo ha cambiado de golpe.

Ya no puedes ir a ver a tu familia cuando quieras y mucho menos darles un abrazo y un beso.
Las charlas en la mesa con ellos se convierten en videollamadas para que vean a tu hijo y para que tu hijo los vea a ellos.
Te arrepientes de que el ultimo abrazo a tus abuelos no haya durado más.
Y esa etapa de tu vida tan bonita no la puedes compartir con tu familia.
No hay manos que tocan tu barriga y ya no te dicen lo gordita que estás y la carita que se te está poniendo.
La habitación de tu futuro bebé deja de ser como pensaste, ya no puedes ir a comprar la ropita que te falta y que necesitas, te tienes que conformar con lo que ya tienes y los productos de higiene con los que queden.

Las citas que tenías marcadas en rojo en el calendario pasan a estar en duda.
Llamas varias veces al hospital para que te confirme que tu cita aún no ha sido cancelada y te dan mil indicaciones y precauciones para el día de la ecografía.
Las analíticas canceladas y las citas con la matrona también.
No sabes dónde nacerá tu bebé pues el hospital en el que iba a nacer es uno de los focos de la infección y está colapsado.
Tu plan de parto se ve modificado por un "como venga, pero que salga todo bien" y la seguridad se convierte en miedo, en pánico.
Y en el parque ya no hay risas, no hay niños en los columpios y los toboganes solo acumulan el agua de la lluvia al final.
No hay paseos en los que tu hijo descubre cosas nuevas.
Ahora toca imaginar, convertir el salón en un parque de juegos, crear mil aventuras e inventar manualidades.
Ahora hay más llantos, pues los niños no entienden por qué la calle está cerrada.
Las carreras y los besos cuando llega papá se convierten en espera, espera a que se cambie toda la ropa, la eche a lavar y se lave bien las manos y la cara.
Se convierte en una charla preocupante sobre cómo están las cosas fuera de esas cuatro paredes que te tienen protegida de lo que está pasando fuera.
Otro despido más, alguien de nuestro círculo que tiene el virus o el fallecimiento de alguien que conocías.
Ya no quedas con los amigos para ir a tomar algo, a comer o a merendar, ahora quedas para hacer una videollamada y daros ánimos entre todos.
Tú ya no vas a hacer la compra porque te puedes contagiar, tiene que ir tu pareja y cuando vuelve, vuelve con la mitad de las cosas que necesitabais, pues alguien se lo ha llevado todo en un golpe de avaricia.
Ya no quedaban pañales para tu hijo, ni carne, ni verduras, ni fruta.
Un día todo ha cambiado y solo escuchas como todo se está derrumbando.
Cuando todo esto pase, lo primero que haré será dar un abrazo a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelos.
Dejar que cojan por primera vez a mi hija, disfrutar de la sonrisa de mi hijo al ver cómo se mueven las hojas de los árboles o abrazar a mi pareja sin preocuparme de que yo pueda ponerme mala.
Esto pasará, claro que pasará y seremos más fuertes.
Pasará y valoraremos más todo.
Y las calles se llenarán de risas, de color y de gente.
Los saludos en la distancia se convertirán en abrazos sin miedo.
Seremos testigos de múltiples reencuentros.
Los aplausos de los balcones para agradecer el esfuerzo pasarán a ser en las puertas de los hospitales, de los supermercados, de los cuarteles.
Todo pasará, pero ahora tenemos que ser responsables.

 Mucha fuerza a todos.

1 comentario:

  1. Llorando me has dejado amiga... esperemos que todo esto termine pronto y podamos volver a ver a los nuestros❤

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