sábado, 6 de junio de 2020

Mi postparto con Julieta

Mi postparto con Julieta

¡¡Ay amigas!! que distinto es el postparto en cada mujer, pero que distinto es también en una misma...
Cuando pensaba en postparto, a la cabeza se me venia un dolor horrible por los puntos, dolor en la uretra por la sonda, dolor por las hemorroides y fisuras, dolor muscular horrible, caída de pelo extrema desde la segunda semana de lactancia, sueño, agotamiento.... creo que me estoy dejando algo, pero bueno, vamos a lo importante.

La primera semana del postparto de Julieta fue muy rara, en verdad todo el postparto está siendo rarísimo, pero la primera semana estaba desubicada. Nos dieron el alta a las horas de nacer Julieta y no estuvimos acompañados por la familia en ningún momento... lo que tiene parir en un pandemia, que te ves más sola que la una y eso para el postparto emocional va muy mal.

Algo que me ha llamado mucho la atención en este postparto ha sido el sangrado, o la ausencia de este. Recuerdo que con Leo sangré desde el primer día hasta dos días antes de terminar la cuarentena y además en abundancia, en este no. Al día siguiente de estar en casa ya empecé con los sangrados intermitentes y cuando fui a la revisión con la matrona al día siguiente, me dijo que eso era debido a no guardar reposo; ¡¡vaya que sí!! como que al guardar algo de reposo empecé a sangrar de nuevo, aunque duró pocos días. a veces mancho un poco pero prácticamente nada.

Los puntos me han molestado lo justo, es más, me quedaba un punto por caer (que intuyo que ya se cayó) pero como Julieta se puso tan malita me olvidé de mí para centrarme en cuerpo y alma en ella. Creo que cuando Jul Jul se puso malita fue cuando acabó para mí el postparto.

He perdido 10 kilos desde la ultima vez que me pesé en el embarazo y tengo algo de flotador en la zona abdominal, pero no mucho más del que tenia antes de quedarme embarazada de Julieta. Eso si, tengo unas piernas y un culazo.... pero eso se lo atribuyo al confinamiento.

Aún no se me ha caído el pelo, es más, lo tengo mejor que nunca. Tengo mucho volumen, súper brillante, fuerte y muy bonito. A estas alturas, con Leo, ya tenia la cabeza llena de calvas y mi frente se había agrandado debido a la caída.
Con las uñas igual, súper fuertes y bonitas. 
Recuerdo que en el embarazo de Leo el pelo y las uñas eran una maravilla y en el postparto horrible; pero esta vez ha sido al contrario.

 Las hemorroides me vinieron a saludar los primero días, pero desde el ingreso de Jul Jul en neonatos desaparecieron y dieron paso a las fisuras. Espero que estas se vayan pronto. Estoy llevando una alimentación sana y siguiendo todos los pasos para que se vayan pronto, pero con Leo me dieron la lata muchísimo, es más, no se me fueron hasta que me volví a quedar embarazada y esa solución no me vale esta vez.

Mi piel sigue igual de mal que durante el embarazo. Muchos granos y ahora tengo sequedad en varias zonas de la cara, lo que viene siendo una piel mixta de toda la vida.

Esto que os acabo de contar es el postparto físico, ahora os voy a hablar del postparto emocional.

Bien, el postparto emocional, ese del que nadie nos habla durante el embarazo ni en el mismo postparto. El postparto silencioso y que debería de ser el más visible.
Creo que en postparto emocional influye mucho como nos hayamos sentido durante el parto. Las emociones que vivimos al dar a luz afecta mucho, al menos en mi caso. Recordad que yo siempre hablo desde mi experiencia personal, no hablo en general.
¿En qué me ha influido el parto en el postparto? En que me sentí tan poderosa, tan fuerte y valiente que ahora siento que puedo con lo que me echen y eso, amigas, es muy importante para afrontar el postparto emocional.

He dado a luz en la pandemia, en el confinamiento, con lo cual nos hemos visto muy muy solos. Nada de visitas que puedan hacer que tu cabeza se despeje minutos. Nada de madres que puedan venir a ayudar, ha servir de apoyo. Siempre he creído que la madre de la nueva mamá no van a cuidar a su nieto/a los primeros días, va a cuidar de su hija, pues ella mejor que nadie sabe por lo que está pasando su pequeña. Así que esta vez he tenido mucho apoyo telefónico pero nada presencial, aunque no es por hacerme la fuerte, pero esta vez no lo he necesitado tanto, lo necesité más tarde y ahí si lo tuve.

El sentimiento de culpa ha sido el gran protagonista, como ya preveía durante el embarazo. Los cambio a Leo no le van nada bien y este ha sido un cambio inmenso y si a eso le sumamos que estamos en tiempos de rabietas pues tenemos el cóctel perfecto para que todo sea un caos.
Él adora a su hermana, es algo brutal y con lo que no contábamos, pensamos que no la tendría ese amor desde el minuto 0, así que eso hace que sus cambios de humor y comportamiento sean más llevaderos y el sentimiento de culpa sea menor.
Haberme perdido tantas cosas en el ultimo trimestre también me está influyendo en este postparto pues echo mucho de menos la tripota y pienso en las cosas que ya no podré tener o sentir por culpa de esta situación y eso hace que un sentimiento de pena y nostalgia se apodere de mí de una manera brutal.

Pero si algo me ha marcado el postparto ha sido el que Jul Jul haya estado tan malita. Eso ha sido un machaque mental impresionante.
Las que hayáis tenido a vuestros peques en neonatos o ingresados sabéis de lo que os hablo y las que no, os lo podéis imaginar pues a todas la madres y padres se nos cae el mundo al suelo cuando se ponen malitos nuestro peques.
Esos 10 días han sido de los peores de mi vida, pero ya os escribiré otro post contándoos todo lo que paso.
Pensar si mi hija se pudo malita por algo que yo hiciera mal, o que podía haber prevenido me machacaba la cabeza hasta que nos explicaron bien lo que ella tenia (una mastitis causado por una bacteria llamada pseudomona y una infección en la sangre por un estreptococo que contrajo en el hospital).
No solo lo pasé mal por mi niña, también por Leo. Nosotros pasábamos el día en el hospital con Julieta y él estaba en casa con los abuelos. Yo quería estar en dos sitios a la vez y la impotencia fue enorme. Cuando estaba en el hospital quería esta en casa con Leo y cuando estaba en casa con Leo, quería estar con Julieta.


Para resumir un poco el postparto y que entendáis toda esta parrafada que he sacado de mi cabeza y he soltado aquí, me he abandonado por completo y centrado en mis hijos. Me he dedicado 0 tiempo a mí y a preguntarme como estaba o como me sentía y con lo cual, siento que he tenido un postparto muy silencioso. Me he centrado tanto en ellos que ni me miro al espejo.
Y ¡¡OJO!! que no estoy diciendo que haya tenido un postparto malo, para nada, pues físicamente me he encontrado muy bien y no he tenido apenas dolores, pero es cierto que me estoy cuidando muy poco y debería de dedicarme un poco más de tiempo.

Y dicho esto, me despido hasta el siguiente post que no se si será sobre nuestras vacaciones en la suit de neonatos o será un post hablando de algo random.


Si queréis que hable sobre algún tema en especial, dejármelo en los comentarios o escribirme por instagram (@Unblogembarazoso).

¡¡Por cierto!! estoy pensando en abrirme un canal de youtube contando lo mismo que cuento aquí pero en vídeo y subiendo otras chorradicas, ¿que os parece?

Ale, Beeeesiiiiii.




miércoles, 13 de mayo de 2020

El milagro de la vida

Hoy, amigas, os quiero contar el milagro de la vida en estos tiempos tristes que nos ha tocado vivir.



29 de abril del 2020.
A las 6:30 un dolor inmenso me despierta, un dolor que me resulta familiar pero más intenso de lo que lo recordaba. Un dolor que estaba esperando sentir, que ansiaba sentir y que me hace saltar de la cama.
Voy al baño y compruebo que todo está bien. No hay sangrado, no suelto líquido ni nada.
Vuelvo a la cama y según me voy a tumbar el dolor vuelve de nuevo. Se va intensificando. Respiro. Me tocó la tripa que está dura como una piedra. Vuelvo a respirar. Y noto como el dolor va desapareciendo.
Pienso "si me vuelve a dar otra contracción, las empiezo a contar".
Me tumbo, cierro los ojos e intento relajarme, quizá solo sea una falsa alarma... Y otra vez vuele el dolor, al principio suave y luego tan intenso que me tengo que poner de pie, no lo aguanto ni sentada ni tumbada.
Empiezo a contar las contracciones. Son regulares, intensas y cada 5 minutos.
A las 7:20, la aplicación con la que cuento las contracciones me dice que me vaya al hospital, que estoy de parto y 10 minutos más tarde suena el despertador.
"Raúl estoy de parto" y su cara se iluminó como se ilumina la cara de un niño el día de reyes.
Mientras el preparaba el desayuno, yo me doy una ducha y pienso en mi hijo. Pienso en que me tengo que despedir de él y que cuando vuelva a verle, le veré más grande y parecerá que ha pasado una eternidad. Lo sé, lo sé, solo será una noche, como mucho dos. Aun así, no puedo dejar de pensar en sí él cambiará hacia mí, en sí aceptará a su hermana, en sí notará nuestra ausencia, en sí sentirá que le estamos remplazando o dando de lado…
Bajo a desayunar y la intensidad de las contracciones cada vez es más fuerte, más insoportable.
Ya pasé por esto antes, pero el dolor no era tan grande.
Desayunamos y creo que las contracciones se me van espaciando, así que le digo a Raúl que se marche al trabajo, que si veo que vuelven a ser regulares le llamo.
Él espera 5 minutos a ver si me vuelve a dar otra contracción, pero 5 minutos después la contracción no llega. Nervioso, coge sus cosas y se va al trabajo, pero según oigo como la puerta del patio se cierra, la contracción aparece, así que salgo corriendo al patio para llamarle, pero él ya está metido en el coche.
“No vayas a trabajar que vamos a irnos al hospital en breves”.
Despierto a mi hermana y Leo no tarda en hacer lo mismo.
Pff, me tiemblan las piernas solo de pensar en despedirme de él.

Maletas listas, nervios a flor de piel, la sillita de Julieta colocada en el coche, lágrimas en los ojos y un nudo horrible en la garganta.

La despedida con Leo ya os la imaginareis, con lo dramática que soy, los nervios, los dolores… un drama.

Hacemos parada en el Carrefour de Valdemoro. Nos dijeron que una vez que ingresemos en maternidad no podremos salir hasta que nos den el alta, así que la parada en el Carrefour es para lo que os imagináis, para coger algo de comida.
Las contracciones cada vez son más insoportables, pero a eso de las 9:30 ya estábamos en urgencias y esperando a que nos suban a obstetricia.
Por los protocolos de la pandemia tardan un poco más de la cuenta, como unos 15 minutos (aunque a mí se me hizo como una hora).
Por cierto, vaya ostia de golpe con la realidad… todo el hospital precintado, todo el mundo con mascarilla, límites de distancia, gel desinfectante por todos lados y ojos expresivos que sustituyen a las sonrisas.

Cuando llegamos a obstetricia, desde la distancia, me preguntan si mi hijo ha pasado el COVID19, que en mis informes aparece que sí. ¡¡Vaya, se me había olvidado eso!! Cuando lo confirmo veo que de la consulta empiezan a sacar los EPIS y todo lo necesario para hacerme el PCR.
Ahora mis nervios eran aún más grandes.
Cuando la matrona se ha puesto el EPI me pasan a mi sola a una consulta y me hacen la exploración pertinente para confirmar que estoy de parto. Me exploran y yo mientras en mi cabeza solo repetía como un mantra “que esté de 3 cm, que esté de 3 cm”.
Me dicen que puede que note algo de dolor, pero nada que ver con la exploración que me hicieron en el parto de Leo. No noto dolor, noto molestia.
“Vale, vístete que nos vamos a paritorios. Ingresas ya porque estas de 5 cm. Ahora cuando lleguemos te vamos a hacer la PCR para saber si tienes el virus”.
Debajo de mi mascarilla hay una sonrisa de oreja a oreja. Mi niña ya quería venir, saldríamos de aquí los tres juntos. Por fin iba a conocer a la princesa de mi cuento.
Raúl nos espera en la sala de espera con una bolsa de rafia grande llena de comida del Carrefour, la bolsa de Julieta, nuestra bolsa de ropa y otra bolsa con sus zapatillas y cargadores. La verdad es que parece que nos vamos de vacaciones en vez de a paritorios.

De camino a paritorios la matrona se presenta, se llama Yolanda y nos cuenta cómo va a ser el protocolo a seguir. Nos cuenta que primero me tendrán media hora con los monitores puestos y que, si quería la epidural, me la pondrían a continuación.

Llegamos al paritorio número 4, ahí nacerá nuestra hija.

Lo primero es hacer la PCR. Es una prueba un poco incomoda y molesta, el palito llega hasta el fondo de la nariz, pero si soy capaz de aguantar las contracciones que me están dando, esto también lo aguanto.

Media hora de monitores entre risas, dolor y llanto. La bolsa de rafia del Carrefour es entera de chucherías, donuts, batidos de chocolate, salchichón… vamos, que tenemos un arsenal de guarrerías que no puedo probar por la epidural.



Antes de que pase la media hora, Yolanda vuelve al paritorio. Tiene que ponerse el EPI antes de acercarse a nosotros. Mira el monitor y me dice que la epidural me la van a poner ya, que las contracciones son regulares y fuertes, así que, si quiero epidural ya me la pueden poner.

15 minutos después entra en la habitación el anestesista y deja que Raúl esté a mi lado, sujetándome mientras estoy en esa postura tan incomoda, sin poder moverme mientras las contracciones van y vienen.
Serán cerca de las 12 cuando ya he dejado de sentir dolor y cuando Raúl saca de su bolsa mágica de rafia un aquarius de naranja… ¡¡No sabéis que alegría me entro al verlo!! Estaba sedienta.

Hablamos de lo poco que falta para ver a nuestra niña, mi hermana nos envía vídeos y fotos de Leo, mandamos fotos a la familia y nos hacemos fotos nosotros para tenerlas de recuerdo.
Parir en una pandemia, con un confinamiento, en un hospital que es foco de la enfermedad, un hospital que está saturado y que ha tenido que cerrar la planta de maternidad para los pacientes de coronavirus puede llegar a dar miedo y más si no te puedes quitar la mascarilla en ningún momento. Yo soy de las que se agobian con ella puesta, me producen ansiedad y solo pensar que no me la podía quitar….

No llega a ser las 13:00 cuando el efecto de la epidural empieza a desaparecer y unos dolores ce contracciones terribles se apoderan de mí. Pero los dolores no vienen solos, vienen con unas ganas de empujar alucinantes y tengo que contenerme.
Raúl llama corriendo a la matrona, que tiene que ponerse el EPI al entrar a nuestra habitación.
Me explora y ¡¡SORPRESA!! Cuello del útero totalmente borrado y dilatación completa, con lo que puedo empezar con los pujos.

“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más” y plof, la bolsa se rompió. Con Leo me rompieron la bolsa, no esperaron a que se rompiera. Y que sensación… os parecerá una tontería, pero quería saber qué era eso de romper aguas y pude experimentarlo.
Las aguas eran sucias, con lo que ya sabía que Julieta se había hecho caca, conocía el procedimiento, pero Yolanda (la matrona) me lo explico todo, me dijo que vendrían de pediatría a ver que Julieta estuviera bien, pero que no había que preocuparse.

Volvemos con los pujos, contracción tras contracción y alguien más entra en la habitación. Una enfermera muy agradable, muy humana y cercana. “Hola chicos, yo soy Asun. Venga que los estás haciendo muy bien y dentro de poco tendrás aquí a tu bebe”.

Otra contracción, me duele mucho, muchísimo, el dolor más brutal que he sentido en mi vida, pero intento concentrarme en empujar, en hacerlo bien.

En la 5 o 6 contracción siento que me falta el aire, que no puedo respirar y digo eso que no quería decir “no puedo más, no lo voy a conseguir”. La ansiedad se apodera de mí, con la mascarilla no puedo respirar y pienso en quitármela, pero miro a Yolanda y a Asun con esos EPIS puestos, las gafas empañadas y quitarme la mascarilla no es una opción.

Intento respirar, Raúl me da aire y me dice lo bien que lo estoy haciendo, lo valiente y fuerte que soy. Asun me sonríe con la mirada y Yolanda me anima diciéndome lo cerca que estamos de ver a nuestra niña.

“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más, muy bien, muy bien”. Siento mucha presión, muchísimo dolor y grito. De pronto alivio. Y ahí está su cabeza. Está ya fuera, lo estoy consiguiendo. Raúl la mira asustado y Yolanda me invita a mirar. Ya entiendo la cara de Raúl, Julieta tiene la carita morada, pero asumo que es lo normal pues ni Yolanda ni Asun están alarmadas.

Otra contracción, aguanto el dolor brutal que siento y empujo, empujo con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Mi hija ya está aquí. Un último esfuerzo y la abrazaré toda la vida.

Yolanda saca los hombros y los bracitos de Julieta y me dice que termine de sacarla yo.

Su piel, su cara, su pelo, sus manitas, sus pies, sus mofletes… Cuando la cojo para sacarla pienso en el momento en que miramos la prueba de embarazo ese domingo de septiembre, pienso en Leo y ella llora, yo también lloro y la abrazo. La pongo encima de mi pecho. Ya está aquí, ya estamos todos.



Yolanda espera unos minutos y le ofrece a Raúl cortar el cordón. Estamos viviendo todo lo que no pudimos vivir con Leo.

La placenta sale poco después y me impacta mucho el tamaño de eso tiene…¡¡Normal que tuviera semejante barriga!! Entre Julieta, el líquido amniótico y la placenta….

Me tienen que dar 4 puntos por un desgarro que me he hecho, pero es muy superficial, nada que ver con los 16 puntos que me dieron con Leo.

Nos dejan solos con nuestra hija. Disfrutando del piel con piel, iniciándonos en la lactancia materna (esa que no quería que fuera exclusiva pero que finalmente si lo es), conociéndonos y enamorándonos.

Tengo que decir que, en mi caso, con mis dos hijos, ha sido amor a primera vista. Esto que te cuentan que cuando nace y te lo ponen en el pecho se te olvidan todos los dolores y que solo puedes mirar a tu bebe, eso es lo que me ha pasado a mi tanto con Leonardo como con Julieta.

Dos horas después, Yolanda y Asun vuelven al paritorio donde estamos, me exploran para comprobar que todo está bien y se llevan a Julieta a la habitación contigua con Raúl para pesarla, medirla y explorarla.

Todo esta perfecto, nuestra niña es perfecta.

Ha sido la experiencia más brutal de mi vida, donde me he sentido más poderosa, más viva y más mujer que nunca.
No sé como fui capaz de soportar ese dolor, ni de donde saqué las fuerzas para enfrentarme a ese ataque de ansiedad, pero pude soportarlo y tuve la recompensa más bonita del mundo, mi niña, mi Julieta, MI HIJA.

He vivido un parto muy especial, el parto que siempre soñé tener. He tenido un parto respetado gracias a Yolanda, la matrona que lo asistió.
He experimentado el dolor tan brutal que es parir, he visto salir a mi hija y la he sacado de mí para ponerla encima de mi pecho.

Así como el parto de Leo fue un desastre y negligencia tras negligencia, el parto de Julieta ha sido magia.

Podría dejar aquí el post. Dejaros con este buen sabor de boca, este final feliz, pero os quiero contar la otra parte de dar a luz en medio de una pandemia, en un hospital que prácticamente solo tratan a pacientes de COVID19, en un confinamiento, en medio del caos.

Poco antes de que vengan a pesar a Julieta, una enfermera entra en nuestro paritorio para informarnos de que ya tienen los resultados de la PCR, que, aunque me dijeron que tardarían 24-48 horas, al ser un posible positivo han dado prioridad a mi prueba por el posible contagio del bebe. He dado negativo, con lo cual, nos podemos quitar las mascarillas, podemos besar a nuestra hija, pues aún no lo habíamos podido hacer. La tocamos sin miedo y la llenamos de besos.

Yolanda y Asun pueden entrar a vernos sin los EPIS y Asun nos cuenta que Yolanda se había ido tan rápido del paritorio (algo de lo que no nos habíamos percatado, pues estuvo dándonos la enhorabuena y todo) porque se había puesto mala de estar tanto tiempo con el EPI puesto y no estar acostumbrada.

Me dicen que cuando sienta las piernas (me metieron un chute de anestesia para coserme) puedo levantarme a ducharme, algo que me parece raro, pues es algo que normalmente haces ya en la habitación y no en el paritorio.
Pienso que quizá me manden a casa en ese mismo día, pero no, Asun nos dice que en un rato nos traerán la cena y luego nos llevarán a nuestra habitación.

22:00 de la noche vienen a por nosotros al paritorio y nos dicen que nuestra habitación ya está preparada.
Vamos por ese pasillo que he recorrido en alguna de mis visitas a urgencias y siento una mezcla de sentimientos inmensa.
Todo está decorado con arcoíris con frases de ánimo y fuerza para superar esta pandemia y se me pone un nudo en la garganta.
Veo que, pasados los paritorios, en las salas de dilatación hay números y ya no hay una cama, hay dos.
“Esta es vuestra habitación. Cualquier cosa que necesitéis tenéis que ir al puesto de enfermería porque aquí no hay llamador. Y si necesitas un calmante para el dolor, dínoslo y te lo traemos”.
Nos quedamos solos los tres de nuevo y miramos nuestra habitación. La habitación número 8.
Esa consulta donde vi por primera vez a mi hija, donde vi ese puntito y donde me decían que todo estaba bien. Esa consulta donde tantas veces vi a Leo y donde entré asustada el día que fui madre por primera vez, esa consulta ahora era una habitación para dos personas con acompañante y dos bebes.
¿Sabéis como son los falsos techos esos que van por cuadrados? Pues nuestro espacio era de 3 cuadrados de esos, metro y medio de ancho aproximadamente. El baño no tenia ducha, por eso me dijeron que me duchara en el paritorio. Las camas estaban rotas, a mi cama la faltaba el cabecero y no se podía ni subir, ni bajar, ni levantar la zona de la cabeza.


La ropa de cama era cada parte de un hospital (almohada del 12 de octubre, bajera del Luz del Tajo y sabana del Infanta Elena). Los sillones de los acompañantes estaban rotos, rajados y se les caía el respaldo.
Esa noche no pegamos ojo ni Raúl ni yo.
A la mañana siguiente solo queríamos irnos a casa con nuestro niño, pero teníamos que esperar un poco aún.
Mi ginecóloga, la que me ha llevado los dos embarazos, vino a vernos, a conocer a Julieta y a preguntarme como estaba sin la medicación.

Luego pasó el ginecólogo a explorarme y me dijo que me iban a dar el alta precoz, pues no querían que los bebes estuvieran en un hospital con tanto COVID por todos lados.
La pediatra nos dijo exactamente lo mismo, así que nos adelanto la prueba de audición para que en cuanto comiéramos, nos fuésemos a casa y saliésemos de ahí.

Cuando nos dieron las altas y salimos de lo que es ahora la zona de maternidad, vi un hospital muy distinto al que yo conocía, con un silencio que encoje el alma, vacío de gente y la poca gente que había iba mirando el suelo.

Es verdad que las habitaciones de maternidad parecían de un hospital de campaña, pero pensar que en lo que antes era la zona de pediatría y maternidad ahora era una zona donde había muchos niños y adultos ingresados con el virus, me hacia restarle a 0 la importancia que tenía mi habitación.

No hubo visitas de familiares y amigos para conocer a Julieta. Mis padres no pudieron abrazarnos, ni mis hermanos. Mis abuelos no pudieron emocionarse al coger en brazos a su bisnieta. No había alegría en la planta de maternidad, solo silencio.

Mis padres, mi abuelo, mi suegra y mi cuñado solo han podido conocer a Julieta a través de la ventanilla del coche.

Una fría bienvenida a este mundo.

No sabía que se podía querer de esta manera. No sabía que sentiría así. No sabía que el amor se multiplicaba de esta manera tan brutal. No sabía que se podía ser tan perfecta. No sabia que la quería tanto hasta que la saqué de mí. Ha llegado en el momento en el que el mundo está llorando, en el que las ilusiones escasean y aunque en los balcones aplaudan, los corazones lloran. Pero ella nos ha enseñado que siempre hay luz, que hay esperanza y que debajo de una mascarilla, hay una sonrisa.
Ha llegado en medio del caos y lo ha parado de golpe.

Bienvenida al mundo mi pequeña Julieta.



martes, 17 de marzo de 2020

Un día lo tienes todo...

Un día lo tienes todo, aunque no lo valoras, pero no lo valoras no porque no lo quieras, sino porque es lo normal, lo rutinario.
No valoras el ir a hacer una visita a tus padres, sentarte en la mesa con ellos a comer, charlar, reírte y despedirte con un abrazo y un beso.
No valoras el chinchar a tu hermana pequeña, el compartir risas y confidencias.
No valoras el ver a tu hijo jugar con sus abuelos y tíos, ver cómo les da besos y abrazos.
No valoras el compartir un embarazo al lado de la familia, el que te vean cómo te va creciendo la tripa cada día, que sientan las patadas de tu bebé.
No valoras el abrazo de tu abuelo o tu abuela, pues les volverás a ver dentro de poco.

Un día tienes todo planificado, cómo será su habitación, cuando iremos a comprar la ropita que falta, buscar las sábanas para la cuna o los productos de higiene para sus primeros baños.
Un día tienes todas las ecografías marcadas en rojo en el calendario, las analíticas y las citas con la matrona.
Sabes dónde nacerá tu bebé, tienes tu plan de parto y una seguridad.
Un día, las risas de tu hijo en el parque se convierten en lo normal, te ríes tú también con él y sonríes, pero lo tienes normalizado.
Los paseos mientras te va diciendo que es cada cosa, es la rutina.
Correr tras él en el parque, darle impulso en los columpios, jugar en el tobogán es algo del día a día.
Cosas tan simples como darle un abrazo y un beso a tu pareja cuando llega del trabajo, quedar con los amigos o ir a hacer la compra, entra dentro de nuestra normalidad.
Pero un día te despiertas y todo ha cambiado de golpe.

Ya no puedes ir a ver a tu familia cuando quieras y mucho menos darles un abrazo y un beso.
Las charlas en la mesa con ellos se convierten en videollamadas para que vean a tu hijo y para que tu hijo los vea a ellos.
Te arrepientes de que el ultimo abrazo a tus abuelos no haya durado más.
Y esa etapa de tu vida tan bonita no la puedes compartir con tu familia.
No hay manos que tocan tu barriga y ya no te dicen lo gordita que estás y la carita que se te está poniendo.
La habitación de tu futuro bebé deja de ser como pensaste, ya no puedes ir a comprar la ropita que te falta y que necesitas, te tienes que conformar con lo que ya tienes y los productos de higiene con los que queden.

Las citas que tenías marcadas en rojo en el calendario pasan a estar en duda.
Llamas varias veces al hospital para que te confirme que tu cita aún no ha sido cancelada y te dan mil indicaciones y precauciones para el día de la ecografía.
Las analíticas canceladas y las citas con la matrona también.
No sabes dónde nacerá tu bebé pues el hospital en el que iba a nacer es uno de los focos de la infección y está colapsado.
Tu plan de parto se ve modificado por un "como venga, pero que salga todo bien" y la seguridad se convierte en miedo, en pánico.
Y en el parque ya no hay risas, no hay niños en los columpios y los toboganes solo acumulan el agua de la lluvia al final.
No hay paseos en los que tu hijo descubre cosas nuevas.
Ahora toca imaginar, convertir el salón en un parque de juegos, crear mil aventuras e inventar manualidades.
Ahora hay más llantos, pues los niños no entienden por qué la calle está cerrada.
Las carreras y los besos cuando llega papá se convierten en espera, espera a que se cambie toda la ropa, la eche a lavar y se lave bien las manos y la cara.
Se convierte en una charla preocupante sobre cómo están las cosas fuera de esas cuatro paredes que te tienen protegida de lo que está pasando fuera.
Otro despido más, alguien de nuestro círculo que tiene el virus o el fallecimiento de alguien que conocías.
Ya no quedas con los amigos para ir a tomar algo, a comer o a merendar, ahora quedas para hacer una videollamada y daros ánimos entre todos.
Tú ya no vas a hacer la compra porque te puedes contagiar, tiene que ir tu pareja y cuando vuelve, vuelve con la mitad de las cosas que necesitabais, pues alguien se lo ha llevado todo en un golpe de avaricia.
Ya no quedaban pañales para tu hijo, ni carne, ni verduras, ni fruta.
Un día todo ha cambiado y solo escuchas como todo se está derrumbando.
Cuando todo esto pase, lo primero que haré será dar un abrazo a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelos.
Dejar que cojan por primera vez a mi hija, disfrutar de la sonrisa de mi hijo al ver cómo se mueven las hojas de los árboles o abrazar a mi pareja sin preocuparme de que yo pueda ponerme mala.
Esto pasará, claro que pasará y seremos más fuertes.
Pasará y valoraremos más todo.
Y las calles se llenarán de risas, de color y de gente.
Los saludos en la distancia se convertirán en abrazos sin miedo.
Seremos testigos de múltiples reencuentros.
Los aplausos de los balcones para agradecer el esfuerzo pasarán a ser en las puertas de los hospitales, de los supermercados, de los cuarteles.
Todo pasará, pero ahora tenemos que ser responsables.

 Mucha fuerza a todos.

martes, 4 de febrero de 2020

¿Hablamos del Trastorno Bipolar?

¿Qué os parece si hablamos del Trastorno Bipolar? bonito tema ¿eh?
Es un poco complicado escribir sobre la bipolaridad, es tan difícil que no sé ni por donde empezar a contaros.

Las que ya me conozcáis de hace tiempo, sabréis que yo tengo un trastorno bipolar tipo II diagnosticado desde hace bastantes años.
Mi trastorno bipolar es genético o hereditario, no se como lo llaman los médicos. ¿Qué quiere decir esto? que el trastorno bipolar siempre ha estado en mi vida, pero no se ha ido despertando del todo solo, ha necesitado ayuda o detonantes para despertar y llegar a ser lo que es en mi vida a día de hoy.

Vamos a empezar un poco por el principio...

¿Qué es el trastorno bipolar?

"El trastorno bipolar, también conocido como trastorno afectivo bipolar (TAB) y antiguamente como psicosis maníaco-depresiva (PMD), es un conjunto de trastornos del ánimo que se caracteriza por fluctuaciones notorias en el humor, el pensamiento, el comportamiento, la energía y la capacidad de realizar actividades de la vida diaria."
 Esa es la definición que nos da la wikipedia en su primer párrafo sobre esta enfermedad, pero si seguís leyendo el artículo de esta fuente, varéis que el trastorno bipolar va más allá de cambios de humor.
Para mí, es la mayor putada que me podría haber regalado la vida, para que dar rodeos. Es inseguridad, inestabilidad, miedo; es tener una medicación pautada de por vida, es ansiedad, es rechazo... podría seguir así por un largo tiempo.
Mi trastorno bipolar consta de 5 fases:
-Eufórica. Quizá esta sea la fase que menos sé identificar. No duermo, me obsesiono con algo, como poco, hablo sin sentido y cambiando de un tema a otro, estoy bastante irascible y siento que tengo energía infinita. También en esta fase suelen aparecer las "alucinaciones".
-Normal-eufórica. Aquí sé identificar que algo no va bien, que voy más "acelerada" de lo normal. Siento que todo me molesta más de lo normal y siempre hay algún tema en concreto que me empieza a obsesionar un poco.
-Normal. Cuando me encuentro bien, me siento yo y tengo cambios de humor como todo hijo de vecino, algo normal pero con algunos matices, como la ansiedad.
-Normal-depresiva. Esta fase también la identifico muy bien. Me siento triste sin motivo aparente, estoy muy decaída y mis ganas de hacer cosas empieza a disminuir de manera preocupante. Empiezo a descuidarme más de lo normal, a aislarme y a tener pensamientos negativos.
-Depresiva. Puede que este sea la fase que más he pasado, o la que soy más consciente que he pasado. No puedo levantarme de la cama, lloro todo el día sin ningún motivo, siento que sobro, que no tengo a nadie a mi lado. No veo fin a esta fase.

Antes solo conocía tres fases, la eufórica, la normal y la depresiva. A consecuencia de esto, mis recaídas era muy grandes, muy fuertes y muy caóticas pero con el paso de los años he aprendido a conocer esta enfermedad y a reconocer cuando estoy recayendo, de esta manera me es más fácil encontrar la estabilidad.

Estos episodios no duran horas, ni minutos; son semanas o meses los que me paso en esa fase y normalmente, después de un episodio de euforia paso directamente y en caída libre hacia la fase depresiva.

¿Cómo afecta esto a mi vida?

Pues es complicado, hay veces que puedo hacer vida normal y otras que me limita tanto que no puedo salir de casa. Las multitudes de gente, los ruidos muy fuertes, los cambios de luces, un enfrentamiento con alguien, un susto o algo así son factores que me afectan mucho.
Yo tengo una medicación pautada desde que me diagnosticaron el trastorno bipolar, con lo que es más difícil que tenga una recaída. Las suelo tener en los periodos de ajuste de medicación, como ahora, que por los embarazos y lactancia tuve que suspenderla temporalmente.
Yo tengo una vida normal, vivo con mi hijo, mis perros y mi pareja; salgo a la calle todos los días y actualmente soy muy feliz. Pero para estar así es muy importante tener un ambiente familiar que te entienda y te ayude.


¿Cuales han sido mis detonantes?

Como os decía más arriba, mi trastorno bipolar me ha venido por herencia. La madre de mi abuela paterna era bipolar, aunque en aquella época no sabían que era el trastorno bipolar y falleció sola en un psiquiátrico de Plasencia a causa de un ataque epiléptico.
En mi carácter o personalidad se iba viendo con el paso del tiempo una actitud dudosa pero la cual nunca supieron relacionar con ninguna enfermedad. Mi atención a la hora de estudiar era totalmente pésima. Mis padres se podía pasar horas y horas estudiando conmigo, ver que estaba estudiando, que me esforzaba y aún así no ser capaz de retener la lección.
Sufrir acoso escolar, acoso laboral y el cáncer de mi hermana han sido los grande detonantes de mi vida. Cada vez empeoraba más y más sin darnos cuenta que esto tenía una explicación.


¿Cómo me diagnosticaron esta enfermedad?

Me la diagnosticaron por casualidad. Yo llevaba años visitando a mi medico de cabecera por mis fuertes cambios de humor y mi médico siempre me decía lo mismo "eres una mujer y tenéis más cambios de humor" (manda coj*nes la contestación para ser una persona que ha estudiado medicina) o la frase que más he escuchado en mi vida "es tu carácter, asúmelo".
Un día sufrí una crisis muy fuerte y aprovechando que tenia cita en el medico de cabecera para una revisión de una lesión en la rodilla y que el medico que estaba no era el mío, le comenté lo que llevaba años exponiendo a mi medico, a lo que este hombre hizo lo más sensato y lo que me deberían de haber hecho hace mucho tiempo antes, me mando al especialista, a psiquiatría. Me explico lo que era la ciclotimia y el trastorno bipolar, me expuso el por qué me metía más dentro del trastorno bipolar en vez de en la ciclotimia y me ayudó.

Di con una excelente psiquiatra que durante muchos meses, o puede que fuese un año entero, me realizo muchas pruebas, exámenes y me escuchó.
Esta psiquiatra me supo explicar muy bien lo que es el trastorno bipolar, el como me afecta y el cómo llegué ha estar así. Me pautó una medicación y durante muchos años supo como me encontraba nada más verme entrar por la puerta.

¿Somos peligrosas para los demás?

Pues no. Y añado esta pregunta porque mucha gente se lo cuestiona y tiene rechazo hacia las personas con trastorno bipolar por si les puede pasar algo.
Lo más probable dentro del trastorno bipolar es que nos autolesionemos, no que hagamos daño a los demás, suele ser al contrario.
El tener una enfermedad mental no significa que seamos persona agresivas  ni un peligro para la sociedad.

Si tengo una medicación ¿por qué existen las recaídas?

Por dejar de tomarme la medicación o por un golpe muy fuerte emocional.
Recuerdo perfectamente mi primera recaída después de saber lo que me pasaba. Fui a consulta, mi psiquiatra no estaba y me atendió una sustituta que cubriría sus vacaciones. A esta mujer solo se la ocurrió decirme que lo que yo tenía era un carácter muy fuerte, mi personalidad era así y veía absurdo que me tomara una medicación para una enfermedad que ella (con solo una consulta) no creía que tuviera. Mi reacción fue dejar la medicación y no volver a mis visitas con psiquiatría, total, me había dicho una especialista que no me pasaba nada.
Meses más tarde, tuve una recaída tan fuerte que no podía para de llorar y así me tiré semanas.

El olvidarme las pastillas, el "bueno, por unos días que no me las tome..." o el "es que me sientan mal al estomago" son algunos de los motivos por los que he dejado la medicación y meses más tarde he visto como el caos volvía a mi vida.

Mi ultima retirada de la medicación fue pautada por los médicos debido a mi embarazo, pero pocas semanas mas tarde sufrí una recaída y tras hacerme un estudio, decidieron volver a ponérmela ya que el riesgo en el bebé era bajo y tampoco estaba demostrado. En mi primer embarazo, las hormonas consiguieron mantenerme equilibrada durante más de un año, pero esta vez no pudo ser.


¿Es compatible el trastorno bipolar y la maternidad?

Siempre me habían metido muchísimo miedo respecto a esto pero ni todo el mundo es igual, ni las situaciones son las mismas.
A mi me dijeron que era totalmente incompatible medicación-embarazo, es más, se me propuso esterilizarme, algo que a mi me aterró y que rechacé en el momento.
El único miedo que tengo respecto a este tema es que mis hijos también puedan tener esta enfermedad, pero como ya me han dicho varios especialistas, al tener yo la enfermedad, es más fácil reconocerla y frenarla en seco.
Por suerte yo tengo mucha ayuda, un ambiente familiar excelente y si yo tengo un recaída grave en algún momento, mis hijos no lo van a notar.



Mi reflexión:

La sociedad debería de normalizar las enfermedades, no excluir a los enfermos.
El ser bipolar no es el "ahora me río, ahora lloro, ahora te odio, ahora te amo"
Y sí, nos sienta fatal que se diga "ser bipolar esta de moda" o "soy un poco bipolar", expresiones así sobran y al igual que hoy en día estamos consiguiendo eliminar expresiones que son ofensivas y retrogradas, eliminemos también expresiones de este tipo tan hirientes para los que pasamos por estas enfermedades y para nuestros familiares.

Yo os he hablado del trastorno bipolar desde mi experiencia, desde mi punto de vista, desde "mi trastorno bipolar".

Gracias por leerme y lanzo pregunta... ¿Qué conocíais como Trastorno Bipolar?



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