miércoles, 13 de mayo de 2020

El milagro de la vida

Hoy, amigas, os quiero contar el milagro de la vida en estos tiempos tristes que nos ha tocado vivir.



29 de abril del 2020.
A las 6:30 un dolor inmenso me despierta, un dolor que me resulta familiar pero más intenso de lo que lo recordaba. Un dolor que estaba esperando sentir, que ansiaba sentir y que me hace saltar de la cama.
Voy al baño y compruebo que todo está bien. No hay sangrado, no suelto líquido ni nada.
Vuelvo a la cama y según me voy a tumbar el dolor vuelve de nuevo. Se va intensificando. Respiro. Me tocó la tripa que está dura como una piedra. Vuelvo a respirar. Y noto como el dolor va desapareciendo.
Pienso "si me vuelve a dar otra contracción, las empiezo a contar".
Me tumbo, cierro los ojos e intento relajarme, quizá solo sea una falsa alarma... Y otra vez vuele el dolor, al principio suave y luego tan intenso que me tengo que poner de pie, no lo aguanto ni sentada ni tumbada.
Empiezo a contar las contracciones. Son regulares, intensas y cada 5 minutos.
A las 7:20, la aplicación con la que cuento las contracciones me dice que me vaya al hospital, que estoy de parto y 10 minutos más tarde suena el despertador.
"Raúl estoy de parto" y su cara se iluminó como se ilumina la cara de un niño el día de reyes.
Mientras el preparaba el desayuno, yo me doy una ducha y pienso en mi hijo. Pienso en que me tengo que despedir de él y que cuando vuelva a verle, le veré más grande y parecerá que ha pasado una eternidad. Lo sé, lo sé, solo será una noche, como mucho dos. Aun así, no puedo dejar de pensar en sí él cambiará hacia mí, en sí aceptará a su hermana, en sí notará nuestra ausencia, en sí sentirá que le estamos remplazando o dando de lado…
Bajo a desayunar y la intensidad de las contracciones cada vez es más fuerte, más insoportable.
Ya pasé por esto antes, pero el dolor no era tan grande.
Desayunamos y creo que las contracciones se me van espaciando, así que le digo a Raúl que se marche al trabajo, que si veo que vuelven a ser regulares le llamo.
Él espera 5 minutos a ver si me vuelve a dar otra contracción, pero 5 minutos después la contracción no llega. Nervioso, coge sus cosas y se va al trabajo, pero según oigo como la puerta del patio se cierra, la contracción aparece, así que salgo corriendo al patio para llamarle, pero él ya está metido en el coche.
“No vayas a trabajar que vamos a irnos al hospital en breves”.
Despierto a mi hermana y Leo no tarda en hacer lo mismo.
Pff, me tiemblan las piernas solo de pensar en despedirme de él.

Maletas listas, nervios a flor de piel, la sillita de Julieta colocada en el coche, lágrimas en los ojos y un nudo horrible en la garganta.

La despedida con Leo ya os la imaginareis, con lo dramática que soy, los nervios, los dolores… un drama.

Hacemos parada en el Carrefour de Valdemoro. Nos dijeron que una vez que ingresemos en maternidad no podremos salir hasta que nos den el alta, así que la parada en el Carrefour es para lo que os imagináis, para coger algo de comida.
Las contracciones cada vez son más insoportables, pero a eso de las 9:30 ya estábamos en urgencias y esperando a que nos suban a obstetricia.
Por los protocolos de la pandemia tardan un poco más de la cuenta, como unos 15 minutos (aunque a mí se me hizo como una hora).
Por cierto, vaya ostia de golpe con la realidad… todo el hospital precintado, todo el mundo con mascarilla, límites de distancia, gel desinfectante por todos lados y ojos expresivos que sustituyen a las sonrisas.

Cuando llegamos a obstetricia, desde la distancia, me preguntan si mi hijo ha pasado el COVID19, que en mis informes aparece que sí. ¡¡Vaya, se me había olvidado eso!! Cuando lo confirmo veo que de la consulta empiezan a sacar los EPIS y todo lo necesario para hacerme el PCR.
Ahora mis nervios eran aún más grandes.
Cuando la matrona se ha puesto el EPI me pasan a mi sola a una consulta y me hacen la exploración pertinente para confirmar que estoy de parto. Me exploran y yo mientras en mi cabeza solo repetía como un mantra “que esté de 3 cm, que esté de 3 cm”.
Me dicen que puede que note algo de dolor, pero nada que ver con la exploración que me hicieron en el parto de Leo. No noto dolor, noto molestia.
“Vale, vístete que nos vamos a paritorios. Ingresas ya porque estas de 5 cm. Ahora cuando lleguemos te vamos a hacer la PCR para saber si tienes el virus”.
Debajo de mi mascarilla hay una sonrisa de oreja a oreja. Mi niña ya quería venir, saldríamos de aquí los tres juntos. Por fin iba a conocer a la princesa de mi cuento.
Raúl nos espera en la sala de espera con una bolsa de rafia grande llena de comida del Carrefour, la bolsa de Julieta, nuestra bolsa de ropa y otra bolsa con sus zapatillas y cargadores. La verdad es que parece que nos vamos de vacaciones en vez de a paritorios.

De camino a paritorios la matrona se presenta, se llama Yolanda y nos cuenta cómo va a ser el protocolo a seguir. Nos cuenta que primero me tendrán media hora con los monitores puestos y que, si quería la epidural, me la pondrían a continuación.

Llegamos al paritorio número 4, ahí nacerá nuestra hija.

Lo primero es hacer la PCR. Es una prueba un poco incomoda y molesta, el palito llega hasta el fondo de la nariz, pero si soy capaz de aguantar las contracciones que me están dando, esto también lo aguanto.

Media hora de monitores entre risas, dolor y llanto. La bolsa de rafia del Carrefour es entera de chucherías, donuts, batidos de chocolate, salchichón… vamos, que tenemos un arsenal de guarrerías que no puedo probar por la epidural.



Antes de que pase la media hora, Yolanda vuelve al paritorio. Tiene que ponerse el EPI antes de acercarse a nosotros. Mira el monitor y me dice que la epidural me la van a poner ya, que las contracciones son regulares y fuertes, así que, si quiero epidural ya me la pueden poner.

15 minutos después entra en la habitación el anestesista y deja que Raúl esté a mi lado, sujetándome mientras estoy en esa postura tan incomoda, sin poder moverme mientras las contracciones van y vienen.
Serán cerca de las 12 cuando ya he dejado de sentir dolor y cuando Raúl saca de su bolsa mágica de rafia un aquarius de naranja… ¡¡No sabéis que alegría me entro al verlo!! Estaba sedienta.

Hablamos de lo poco que falta para ver a nuestra niña, mi hermana nos envía vídeos y fotos de Leo, mandamos fotos a la familia y nos hacemos fotos nosotros para tenerlas de recuerdo.
Parir en una pandemia, con un confinamiento, en un hospital que es foco de la enfermedad, un hospital que está saturado y que ha tenido que cerrar la planta de maternidad para los pacientes de coronavirus puede llegar a dar miedo y más si no te puedes quitar la mascarilla en ningún momento. Yo soy de las que se agobian con ella puesta, me producen ansiedad y solo pensar que no me la podía quitar….

No llega a ser las 13:00 cuando el efecto de la epidural empieza a desaparecer y unos dolores ce contracciones terribles se apoderan de mí. Pero los dolores no vienen solos, vienen con unas ganas de empujar alucinantes y tengo que contenerme.
Raúl llama corriendo a la matrona, que tiene que ponerse el EPI al entrar a nuestra habitación.
Me explora y ¡¡SORPRESA!! Cuello del útero totalmente borrado y dilatación completa, con lo que puedo empezar con los pujos.

“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más” y plof, la bolsa se rompió. Con Leo me rompieron la bolsa, no esperaron a que se rompiera. Y que sensación… os parecerá una tontería, pero quería saber qué era eso de romper aguas y pude experimentarlo.
Las aguas eran sucias, con lo que ya sabía que Julieta se había hecho caca, conocía el procedimiento, pero Yolanda (la matrona) me lo explico todo, me dijo que vendrían de pediatría a ver que Julieta estuviera bien, pero que no había que preocuparse.

Volvemos con los pujos, contracción tras contracción y alguien más entra en la habitación. Una enfermera muy agradable, muy humana y cercana. “Hola chicos, yo soy Asun. Venga que los estás haciendo muy bien y dentro de poco tendrás aquí a tu bebe”.

Otra contracción, me duele mucho, muchísimo, el dolor más brutal que he sentido en mi vida, pero intento concentrarme en empujar, en hacerlo bien.

En la 5 o 6 contracción siento que me falta el aire, que no puedo respirar y digo eso que no quería decir “no puedo más, no lo voy a conseguir”. La ansiedad se apodera de mí, con la mascarilla no puedo respirar y pienso en quitármela, pero miro a Yolanda y a Asun con esos EPIS puestos, las gafas empañadas y quitarme la mascarilla no es una opción.

Intento respirar, Raúl me da aire y me dice lo bien que lo estoy haciendo, lo valiente y fuerte que soy. Asun me sonríe con la mirada y Yolanda me anima diciéndome lo cerca que estamos de ver a nuestra niña.

“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más, muy bien, muy bien”. Siento mucha presión, muchísimo dolor y grito. De pronto alivio. Y ahí está su cabeza. Está ya fuera, lo estoy consiguiendo. Raúl la mira asustado y Yolanda me invita a mirar. Ya entiendo la cara de Raúl, Julieta tiene la carita morada, pero asumo que es lo normal pues ni Yolanda ni Asun están alarmadas.

Otra contracción, aguanto el dolor brutal que siento y empujo, empujo con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Mi hija ya está aquí. Un último esfuerzo y la abrazaré toda la vida.

Yolanda saca los hombros y los bracitos de Julieta y me dice que termine de sacarla yo.

Su piel, su cara, su pelo, sus manitas, sus pies, sus mofletes… Cuando la cojo para sacarla pienso en el momento en que miramos la prueba de embarazo ese domingo de septiembre, pienso en Leo y ella llora, yo también lloro y la abrazo. La pongo encima de mi pecho. Ya está aquí, ya estamos todos.



Yolanda espera unos minutos y le ofrece a Raúl cortar el cordón. Estamos viviendo todo lo que no pudimos vivir con Leo.

La placenta sale poco después y me impacta mucho el tamaño de eso tiene…¡¡Normal que tuviera semejante barriga!! Entre Julieta, el líquido amniótico y la placenta….

Me tienen que dar 4 puntos por un desgarro que me he hecho, pero es muy superficial, nada que ver con los 16 puntos que me dieron con Leo.

Nos dejan solos con nuestra hija. Disfrutando del piel con piel, iniciándonos en la lactancia materna (esa que no quería que fuera exclusiva pero que finalmente si lo es), conociéndonos y enamorándonos.

Tengo que decir que, en mi caso, con mis dos hijos, ha sido amor a primera vista. Esto que te cuentan que cuando nace y te lo ponen en el pecho se te olvidan todos los dolores y que solo puedes mirar a tu bebe, eso es lo que me ha pasado a mi tanto con Leonardo como con Julieta.

Dos horas después, Yolanda y Asun vuelven al paritorio donde estamos, me exploran para comprobar que todo está bien y se llevan a Julieta a la habitación contigua con Raúl para pesarla, medirla y explorarla.

Todo esta perfecto, nuestra niña es perfecta.

Ha sido la experiencia más brutal de mi vida, donde me he sentido más poderosa, más viva y más mujer que nunca.
No sé como fui capaz de soportar ese dolor, ni de donde saqué las fuerzas para enfrentarme a ese ataque de ansiedad, pero pude soportarlo y tuve la recompensa más bonita del mundo, mi niña, mi Julieta, MI HIJA.

He vivido un parto muy especial, el parto que siempre soñé tener. He tenido un parto respetado gracias a Yolanda, la matrona que lo asistió.
He experimentado el dolor tan brutal que es parir, he visto salir a mi hija y la he sacado de mí para ponerla encima de mi pecho.

Así como el parto de Leo fue un desastre y negligencia tras negligencia, el parto de Julieta ha sido magia.

Podría dejar aquí el post. Dejaros con este buen sabor de boca, este final feliz, pero os quiero contar la otra parte de dar a luz en medio de una pandemia, en un hospital que prácticamente solo tratan a pacientes de COVID19, en un confinamiento, en medio del caos.

Poco antes de que vengan a pesar a Julieta, una enfermera entra en nuestro paritorio para informarnos de que ya tienen los resultados de la PCR, que, aunque me dijeron que tardarían 24-48 horas, al ser un posible positivo han dado prioridad a mi prueba por el posible contagio del bebe. He dado negativo, con lo cual, nos podemos quitar las mascarillas, podemos besar a nuestra hija, pues aún no lo habíamos podido hacer. La tocamos sin miedo y la llenamos de besos.

Yolanda y Asun pueden entrar a vernos sin los EPIS y Asun nos cuenta que Yolanda se había ido tan rápido del paritorio (algo de lo que no nos habíamos percatado, pues estuvo dándonos la enhorabuena y todo) porque se había puesto mala de estar tanto tiempo con el EPI puesto y no estar acostumbrada.

Me dicen que cuando sienta las piernas (me metieron un chute de anestesia para coserme) puedo levantarme a ducharme, algo que me parece raro, pues es algo que normalmente haces ya en la habitación y no en el paritorio.
Pienso que quizá me manden a casa en ese mismo día, pero no, Asun nos dice que en un rato nos traerán la cena y luego nos llevarán a nuestra habitación.

22:00 de la noche vienen a por nosotros al paritorio y nos dicen que nuestra habitación ya está preparada.
Vamos por ese pasillo que he recorrido en alguna de mis visitas a urgencias y siento una mezcla de sentimientos inmensa.
Todo está decorado con arcoíris con frases de ánimo y fuerza para superar esta pandemia y se me pone un nudo en la garganta.
Veo que, pasados los paritorios, en las salas de dilatación hay números y ya no hay una cama, hay dos.
“Esta es vuestra habitación. Cualquier cosa que necesitéis tenéis que ir al puesto de enfermería porque aquí no hay llamador. Y si necesitas un calmante para el dolor, dínoslo y te lo traemos”.
Nos quedamos solos los tres de nuevo y miramos nuestra habitación. La habitación número 8.
Esa consulta donde vi por primera vez a mi hija, donde vi ese puntito y donde me decían que todo estaba bien. Esa consulta donde tantas veces vi a Leo y donde entré asustada el día que fui madre por primera vez, esa consulta ahora era una habitación para dos personas con acompañante y dos bebes.
¿Sabéis como son los falsos techos esos que van por cuadrados? Pues nuestro espacio era de 3 cuadrados de esos, metro y medio de ancho aproximadamente. El baño no tenia ducha, por eso me dijeron que me duchara en el paritorio. Las camas estaban rotas, a mi cama la faltaba el cabecero y no se podía ni subir, ni bajar, ni levantar la zona de la cabeza.


La ropa de cama era cada parte de un hospital (almohada del 12 de octubre, bajera del Luz del Tajo y sabana del Infanta Elena). Los sillones de los acompañantes estaban rotos, rajados y se les caía el respaldo.
Esa noche no pegamos ojo ni Raúl ni yo.
A la mañana siguiente solo queríamos irnos a casa con nuestro niño, pero teníamos que esperar un poco aún.
Mi ginecóloga, la que me ha llevado los dos embarazos, vino a vernos, a conocer a Julieta y a preguntarme como estaba sin la medicación.

Luego pasó el ginecólogo a explorarme y me dijo que me iban a dar el alta precoz, pues no querían que los bebes estuvieran en un hospital con tanto COVID por todos lados.
La pediatra nos dijo exactamente lo mismo, así que nos adelanto la prueba de audición para que en cuanto comiéramos, nos fuésemos a casa y saliésemos de ahí.

Cuando nos dieron las altas y salimos de lo que es ahora la zona de maternidad, vi un hospital muy distinto al que yo conocía, con un silencio que encoje el alma, vacío de gente y la poca gente que había iba mirando el suelo.

Es verdad que las habitaciones de maternidad parecían de un hospital de campaña, pero pensar que en lo que antes era la zona de pediatría y maternidad ahora era una zona donde había muchos niños y adultos ingresados con el virus, me hacia restarle a 0 la importancia que tenía mi habitación.

No hubo visitas de familiares y amigos para conocer a Julieta. Mis padres no pudieron abrazarnos, ni mis hermanos. Mis abuelos no pudieron emocionarse al coger en brazos a su bisnieta. No había alegría en la planta de maternidad, solo silencio.

Mis padres, mi abuelo, mi suegra y mi cuñado solo han podido conocer a Julieta a través de la ventanilla del coche.

Una fría bienvenida a este mundo.

No sabía que se podía querer de esta manera. No sabía que sentiría así. No sabía que el amor se multiplicaba de esta manera tan brutal. No sabía que se podía ser tan perfecta. No sabia que la quería tanto hasta que la saqué de mí. Ha llegado en el momento en el que el mundo está llorando, en el que las ilusiones escasean y aunque en los balcones aplaudan, los corazones lloran. Pero ella nos ha enseñado que siempre hay luz, que hay esperanza y que debajo de una mascarilla, hay una sonrisa.
Ha llegado en medio del caos y lo ha parado de golpe.

Bienvenida al mundo mi pequeña Julieta.



1 comentario:

  1. Gracias por compartirlo que valiente eres Maria que suerte tiene tu familia

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