Hoy, amigas, os quiero contar el milagro de la vida en estos tiempos tristes que nos ha tocado vivir.
29 de abril del 2020.
A las 6:30 un dolor inmenso me despierta, un dolor que me resulta familiar pero más intenso de lo que lo recordaba. Un dolor que estaba esperando sentir, que ansiaba sentir y que me hace saltar de la cama.
Voy al baño y compruebo que todo está bien. No hay sangrado, no suelto líquido ni nada.
Vuelvo a la cama y según me voy a tumbar el dolor vuelve de nuevo. Se va intensificando. Respiro. Me tocó la tripa que está dura como una piedra. Vuelvo a respirar. Y noto como el dolor va desapareciendo.
Pienso "si me vuelve a dar otra contracción, las empiezo a contar".
Me tumbo, cierro los ojos e intento relajarme, quizá solo sea una falsa alarma... Y otra vez vuele el dolor, al principio suave y luego tan intenso que me tengo que poner de pie, no lo aguanto ni sentada ni tumbada.
Empiezo a contar las contracciones. Son regulares, intensas y cada 5 minutos.
A las 7:20, la aplicación con la que cuento las contracciones me dice que me vaya al hospital, que estoy de parto y 10 minutos más tarde suena el despertador.
"Raúl estoy de parto" y su cara se iluminó como se ilumina la cara de un niño el día de reyes.
Mientras el preparaba el desayuno, yo me doy una ducha y pienso en mi hijo. Pienso en que me tengo que despedir de él y que cuando vuelva a verle, le veré más grande y parecerá que ha pasado una eternidad. Lo sé, lo sé, solo será una noche, como mucho dos. Aun así, no puedo dejar de pensar en sí él cambiará hacia mí, en sí aceptará a su hermana, en sí notará nuestra ausencia, en sí sentirá que le estamos remplazando o dando de lado…
Bajo a desayunar y la intensidad de las contracciones cada vez es más fuerte, más insoportable.
A las 6:30 un dolor inmenso me despierta, un dolor que me resulta familiar pero más intenso de lo que lo recordaba. Un dolor que estaba esperando sentir, que ansiaba sentir y que me hace saltar de la cama.
Voy al baño y compruebo que todo está bien. No hay sangrado, no suelto líquido ni nada.
Vuelvo a la cama y según me voy a tumbar el dolor vuelve de nuevo. Se va intensificando. Respiro. Me tocó la tripa que está dura como una piedra. Vuelvo a respirar. Y noto como el dolor va desapareciendo.
Pienso "si me vuelve a dar otra contracción, las empiezo a contar".
Me tumbo, cierro los ojos e intento relajarme, quizá solo sea una falsa alarma... Y otra vez vuele el dolor, al principio suave y luego tan intenso que me tengo que poner de pie, no lo aguanto ni sentada ni tumbada.
Empiezo a contar las contracciones. Son regulares, intensas y cada 5 minutos.
A las 7:20, la aplicación con la que cuento las contracciones me dice que me vaya al hospital, que estoy de parto y 10 minutos más tarde suena el despertador.
"Raúl estoy de parto" y su cara se iluminó como se ilumina la cara de un niño el día de reyes.
Mientras el preparaba el desayuno, yo me doy una ducha y pienso en mi hijo. Pienso en que me tengo que despedir de él y que cuando vuelva a verle, le veré más grande y parecerá que ha pasado una eternidad. Lo sé, lo sé, solo será una noche, como mucho dos. Aun así, no puedo dejar de pensar en sí él cambiará hacia mí, en sí aceptará a su hermana, en sí notará nuestra ausencia, en sí sentirá que le estamos remplazando o dando de lado…
Bajo a desayunar y la intensidad de las contracciones cada vez es más fuerte, más insoportable.
Ya pasé por esto antes, pero el dolor no era tan
grande.
Desayunamos y creo que las contracciones se me van
espaciando, así que le digo a Raúl que se marche al trabajo, que si veo que
vuelven a ser regulares le llamo.
Él espera 5 minutos a ver si me vuelve a dar otra contracción,
pero 5 minutos después la contracción no llega. Nervioso, coge sus cosas y se
va al trabajo, pero según oigo como la puerta del patio se cierra, la
contracción aparece, así que salgo corriendo al patio para llamarle, pero él ya
está metido en el coche.
“No vayas a trabajar que vamos a irnos al hospital en
breves”.
Despierto a mi hermana y Leo no tarda en hacer lo
mismo.
Pff, me tiemblan las piernas solo de pensar en
despedirme de él.
Maletas listas, nervios a flor de piel, la sillita de
Julieta colocada en el coche, lágrimas en los ojos y un nudo horrible en la
garganta.
La despedida con Leo ya os la imaginareis, con lo
dramática que soy, los nervios, los dolores… un drama.
Hacemos parada en el Carrefour de Valdemoro. Nos
dijeron que una vez que ingresemos en maternidad no podremos salir hasta que
nos den el alta, así que la parada en el Carrefour es para lo que os imagináis,
para coger algo de comida.
Las contracciones cada vez son más insoportables, pero
a eso de las 9:30 ya estábamos en urgencias y esperando a que nos suban a
obstetricia.
Por los protocolos de la pandemia tardan un poco más
de la cuenta, como unos 15 minutos (aunque a mí se me hizo como una hora).
Por cierto, vaya ostia de golpe con la realidad… todo
el hospital precintado, todo el mundo con mascarilla, límites de distancia, gel
desinfectante por todos lados y ojos expresivos que sustituyen a las sonrisas.
Cuando llegamos a obstetricia, desde la distancia, me
preguntan si mi hijo ha pasado el COVID19, que en mis informes aparece que sí.
¡¡Vaya, se me había olvidado eso!! Cuando lo confirmo veo que de la consulta
empiezan a sacar los EPIS y todo lo necesario para hacerme el PCR.
Ahora mis nervios eran aún más grandes.
Cuando la matrona se ha puesto el EPI me pasan a mi
sola a una consulta y me hacen la exploración pertinente para confirmar que
estoy de parto. Me exploran y yo mientras en mi cabeza solo repetía como un
mantra “que esté de 3 cm, que esté de 3 cm”.
Me dicen que puede que note algo de dolor, pero nada
que ver con la exploración que me hicieron en el parto de Leo. No noto dolor,
noto molestia.
“Vale, vístete que nos vamos a paritorios. Ingresas ya
porque estas de 5 cm. Ahora cuando lleguemos te vamos a hacer la PCR para saber
si tienes el virus”.
Debajo de mi mascarilla hay una sonrisa de oreja a
oreja. Mi niña ya quería venir, saldríamos de aquí los tres juntos. Por fin iba
a conocer a la princesa de mi cuento.
Raúl nos espera en la sala de espera con una bolsa de
rafia grande llena de comida del Carrefour, la bolsa de Julieta, nuestra bolsa
de ropa y otra bolsa con sus zapatillas y cargadores. La verdad es que parece
que nos vamos de vacaciones en vez de a paritorios.
De camino a paritorios la matrona se presenta, se
llama Yolanda y nos cuenta cómo va a ser el protocolo a seguir. Nos cuenta que
primero me tendrán media hora con los monitores puestos y que, si quería la
epidural, me la pondrían a continuación.
Llegamos al paritorio número 4, ahí nacerá nuestra
hija.
Lo primero es hacer la PCR. Es una prueba un poco
incomoda y molesta, el palito llega hasta el fondo de la nariz, pero si soy
capaz de aguantar las contracciones que me están dando, esto también lo
aguanto.
Media hora de monitores entre risas, dolor y llanto.
La bolsa de rafia del Carrefour es entera de chucherías, donuts, batidos de
chocolate, salchichón… vamos, que tenemos un arsenal de guarrerías que no puedo
probar por la epidural.
Antes de que pase la media hora, Yolanda vuelve al
paritorio. Tiene que ponerse el EPI antes de acercarse a nosotros. Mira el
monitor y me dice que la epidural me la van a poner ya, que las contracciones
son regulares y fuertes, así que, si quiero epidural ya me la pueden poner.
15 minutos después entra en la habitación el
anestesista y deja que Raúl esté a mi lado, sujetándome mientras estoy en esa
postura tan incomoda, sin poder moverme mientras las contracciones van y
vienen.
Serán cerca de las 12 cuando ya he dejado de sentir
dolor y cuando Raúl saca de su bolsa mágica de rafia un aquarius de naranja…
¡¡No sabéis que alegría me entro al verlo!! Estaba sedienta.
Hablamos de lo poco que falta para ver a nuestra niña,
mi hermana nos envía vídeos y fotos de Leo, mandamos fotos a la familia y nos
hacemos fotos nosotros para tenerlas de recuerdo.
Parir en una pandemia, con un confinamiento, en un
hospital que es foco de la enfermedad, un hospital que está saturado y que ha
tenido que cerrar la planta de maternidad para los pacientes de coronavirus
puede llegar a dar miedo y más si no te puedes quitar la mascarilla en ningún
momento. Yo soy de las que se agobian con ella puesta, me producen ansiedad y
solo pensar que no me la podía quitar….
No llega a ser las 13:00 cuando el efecto de la epidural
empieza a desaparecer y unos dolores ce contracciones terribles se apoderan de
mí. Pero los dolores no vienen solos, vienen con unas ganas de empujar
alucinantes y tengo que contenerme.
Raúl llama corriendo a la matrona, que tiene que
ponerse el EPI al entrar a nuestra habitación.
Me explora y ¡¡SORPRESA!! Cuello del útero totalmente
borrado y dilatación completa, con lo que puedo empezar con los pujos.
“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más” y plof,
la bolsa se rompió. Con Leo me rompieron la bolsa, no esperaron a que se
rompiera. Y que sensación… os parecerá una tontería, pero quería saber qué era
eso de romper aguas y pude experimentarlo.
Las aguas eran sucias, con lo que ya sabía que Julieta
se había hecho caca, conocía el procedimiento, pero Yolanda (la matrona) me lo
explico todo, me dijo que vendrían de pediatría a ver que Julieta estuviera
bien, pero que no había que preocuparse.
Volvemos con los pujos, contracción tras contracción y
alguien más entra en la habitación. Una enfermera muy agradable, muy humana y
cercana. “Hola chicos, yo soy Asun. Venga que los estás haciendo muy bien y
dentro de poco tendrás aquí a tu bebe”.
Otra contracción, me duele mucho, muchísimo, el dolor
más brutal que he sentido en mi vida, pero intento concentrarme en empujar, en
hacerlo bien.
En la 5 o 6 contracción siento que me falta el aire,
que no puedo respirar y digo eso que no quería decir “no puedo más, no lo voy a
conseguir”. La ansiedad se apodera de mí, con la mascarilla no puedo respirar y
pienso en quitármela, pero miro a Yolanda y a Asun con esos EPIS puestos, las
gafas empañadas y quitarme la mascarilla no es una opción.
Intento respirar, Raúl me da aire y me dice lo bien
que lo estoy haciendo, lo valiente y fuerte que soy. Asun me sonríe con la
mirada y Yolanda me anima diciéndome lo cerca que estamos de ver a nuestra
niña.
“Empuja, empuja, empuja, un poco más, un poco más, muy
bien, muy bien”. Siento mucha presión, muchísimo dolor y grito. De pronto
alivio. Y ahí está su cabeza. Está ya fuera, lo estoy consiguiendo. Raúl la
mira asustado y Yolanda me invita a mirar. Ya entiendo la cara de Raúl, Julieta
tiene la carita morada, pero asumo que es lo normal pues ni Yolanda ni Asun
están alarmadas.
Otra contracción, aguanto el dolor brutal que siento y
empujo, empujo con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Mi hija ya está
aquí. Un último esfuerzo y la abrazaré toda la vida.
Yolanda saca los hombros y los bracitos de Julieta y
me dice que termine de sacarla yo.
Su piel, su cara, su pelo, sus manitas, sus pies, sus
mofletes… Cuando la cojo para sacarla pienso en el momento en que miramos la
prueba de embarazo ese domingo de septiembre, pienso en Leo y ella llora, yo
también lloro y la abrazo. La pongo encima de mi pecho. Ya está aquí, ya
estamos todos.
Yolanda espera unos minutos y le ofrece a Raúl cortar
el cordón. Estamos viviendo todo lo que no pudimos vivir con Leo.
La placenta sale poco después y me impacta mucho el
tamaño de eso tiene…¡¡Normal que tuviera semejante barriga!! Entre Julieta, el líquido
amniótico y la placenta….
Me tienen que dar 4 puntos por un desgarro que me he
hecho, pero es muy superficial, nada que ver con los 16 puntos que me dieron
con Leo.
Nos dejan solos con nuestra hija. Disfrutando del piel
con piel, iniciándonos en la lactancia materna (esa que no quería que fuera
exclusiva pero que finalmente si lo es), conociéndonos y enamorándonos.
Tengo que decir que, en mi caso, con mis dos hijos, ha
sido amor a primera vista. Esto que te cuentan que cuando nace y te lo ponen en
el pecho se te olvidan todos los dolores y que solo puedes mirar a tu bebe, eso
es lo que me ha pasado a mi tanto con Leonardo como con Julieta.
Dos horas después, Yolanda y Asun vuelven al paritorio
donde estamos, me exploran para comprobar que todo está bien y se llevan a
Julieta a la habitación contigua con Raúl para pesarla, medirla y explorarla.
Todo esta perfecto, nuestra niña es perfecta.
Ha sido la experiencia más brutal de mi vida, donde me
he sentido más poderosa, más viva y más mujer que nunca.
No sé como fui capaz de soportar ese dolor, ni de
donde saqué las fuerzas para enfrentarme a ese ataque de ansiedad, pero pude
soportarlo y tuve la recompensa más bonita del mundo, mi niña, mi Julieta, MI
HIJA.
He vivido un parto muy especial, el parto que siempre soñé
tener. He tenido un parto respetado gracias a Yolanda, la matrona que lo
asistió.
He experimentado el dolor tan brutal que es parir, he
visto salir a mi hija y la he sacado de mí para ponerla encima de mi pecho.
Así como el parto de Leo fue un desastre y negligencia
tras negligencia, el parto de Julieta ha sido magia.
Podría dejar aquí el post. Dejaros con este buen sabor
de boca, este final feliz, pero os quiero contar la otra parte de dar a luz en
medio de una pandemia, en un hospital que prácticamente solo tratan a pacientes
de COVID19, en un confinamiento, en medio del caos.
Poco antes de que vengan a pesar a Julieta, una
enfermera entra en nuestro paritorio para informarnos de que ya tienen los
resultados de la PCR, que, aunque me dijeron que tardarían 24-48 horas, al ser
un posible positivo han dado prioridad a mi prueba por el posible contagio del
bebe. He dado negativo, con lo cual, nos podemos quitar las mascarillas,
podemos besar a nuestra hija, pues aún no lo habíamos podido hacer. La tocamos
sin miedo y la llenamos de besos.
Yolanda y Asun pueden entrar a vernos sin los EPIS y Asun
nos cuenta que Yolanda se había ido tan rápido del paritorio (algo de lo que no
nos habíamos percatado, pues estuvo dándonos la enhorabuena y todo) porque se había
puesto mala de estar tanto tiempo con el EPI puesto y no estar acostumbrada.
Me dicen que cuando sienta las piernas (me metieron un
chute de anestesia para coserme) puedo levantarme a ducharme, algo que me
parece raro, pues es algo que normalmente haces ya en la habitación y no en el
paritorio.
Pienso que quizá me manden a casa en ese mismo día,
pero no, Asun nos dice que en un rato nos traerán la cena y luego nos llevarán
a nuestra habitación.
22:00 de la noche vienen a por nosotros al paritorio y
nos dicen que nuestra habitación ya está preparada.
Vamos por ese pasillo que he recorrido en alguna de
mis visitas a urgencias y siento una mezcla de sentimientos inmensa.
Todo está decorado con arcoíris con frases de ánimo y
fuerza para superar esta pandemia y se me pone un nudo en la garganta.
Veo que, pasados los paritorios, en las salas de dilatación
hay números y ya no hay una cama, hay dos.
“Esta es vuestra habitación. Cualquier cosa que necesitéis
tenéis que ir al puesto de enfermería porque aquí no hay llamador. Y si
necesitas un calmante para el dolor, dínoslo y te lo traemos”.
Nos quedamos solos los tres de nuevo y miramos nuestra
habitación. La habitación número 8.
Esa consulta donde vi por primera vez a mi hija, donde
vi ese puntito y donde me decían que todo estaba bien. Esa consulta donde tantas
veces vi a Leo y donde entré asustada el día que fui madre por primera vez, esa
consulta ahora era una habitación para dos personas con acompañante y dos
bebes.
¿Sabéis como son los falsos techos esos que van por
cuadrados? Pues nuestro espacio era de 3 cuadrados de esos, metro y medio de
ancho aproximadamente. El baño no tenia ducha, por eso me dijeron que me
duchara en el paritorio. Las camas estaban rotas, a mi cama la faltaba el
cabecero y no se podía ni subir, ni bajar, ni levantar la zona de la cabeza.
Esa noche no pegamos ojo ni Raúl ni yo.
A la mañana siguiente solo queríamos irnos a casa con
nuestro niño, pero teníamos que esperar un poco aún.
Mi ginecóloga, la que me ha llevado los dos embarazos,
vino a vernos, a conocer a Julieta y a preguntarme como estaba sin la medicación.
Luego pasó el ginecólogo a explorarme y me dijo que me
iban a dar el alta precoz, pues no querían que los bebes estuvieran en un
hospital con tanto COVID por todos lados.
La pediatra nos dijo exactamente lo mismo, así que nos
adelanto la prueba de audición para que en cuanto comiéramos, nos fuésemos a
casa y saliésemos de ahí.
Cuando nos dieron las altas y salimos de lo que es
ahora la zona de maternidad, vi un hospital muy distinto al que yo conocía, con
un silencio que encoje el alma, vacío de gente y la poca gente que había iba
mirando el suelo.
Es verdad que las habitaciones de maternidad parecían de
un hospital de campaña, pero pensar que en lo que antes era la zona de pediatría
y maternidad ahora era una zona donde había muchos niños y adultos ingresados
con el virus, me hacia restarle a 0 la importancia que tenía mi habitación.
No hubo visitas de familiares y amigos para conocer a
Julieta. Mis padres no pudieron abrazarnos, ni mis hermanos. Mis abuelos no
pudieron emocionarse al coger en brazos a su bisnieta. No había alegría en la
planta de maternidad, solo silencio.
Mis padres, mi abuelo, mi suegra y mi cuñado solo han
podido conocer a Julieta a través de la ventanilla del coche.
Una fría bienvenida a este mundo.
No sabía que se podía querer de esta manera. No sabía
que sentiría así. No sabía que el amor se multiplicaba de esta manera tan
brutal. No sabía que se podía ser tan perfecta. No sabia que la quería tanto
hasta que la saqué de mí. Ha llegado en el momento en el que el mundo está
llorando, en el que las ilusiones escasean y aunque en los balcones aplaudan,
los corazones lloran. Pero ella nos ha enseñado que siempre hay luz, que hay
esperanza y que debajo de una mascarilla, hay una sonrisa.
Ha llegado en medio del caos y lo ha parado de golpe.
Bienvenida al mundo mi pequeña Julieta.